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Al paraíso se llega en segunda clase

  • Foto del escritor: Renata Marrufo
    Renata Marrufo
  • 31 ago 2016
  • 3 Min. de lectura

No hace falta conseguir las mejores tarifas en internet en horas de la madrugada, ni comprar un asiento de primera clase por carretera, esa que te ofrecen "como si volaras en primera clase". Basta comprar tu boletito de autobús de segunda clase e ir "puebleando" por todo el oriente del estado para llegar al paraíso de Río Lagartos.

Sales a las 6 de la mañana de Mérida, en la estación de Autobuses del Noreste (en la calle 65 con 50, a un costado del Hospital Materno Infantil) para que a las 10:15 estés en Tizimín, donde abordarás otro transporte similar que en una hora te dejará a dos cuadras del malecón de Río Lagartos, todo por menos de 200 pesos por persona.

Claro, ese es el viaje de ida, ese que haces un jueves o viernes que te permitirá incluso no compartir asiento y estirar las piernas a tu antojo.

Pero si se te ocurre vivir esa experiencia al regreso un domingo a las dos y media de la tarde, luego del almuerzo y un fabuloso paseo abordo de una lancha por todo lo largo y ancho de la ría, prepárate para vivir una verdadera experiencia social cuando en la segunda parada el autobús no solo tiene todos los asientos llenos sino que incluso en el pasillo no cabe un alfiler, o más bien una mochila o una mamá cargando un niño.

Pero vaya que vale la pena vivir esa experiencia, siempre y cuando el aire acondicionado del autobús no falle, pues uno es testigo de que todavía existe la solidaridad, amabilidad y hasta empatia en personas que jamás pensarías en toparte o tener una charla amena y hasta divertida.

Tu hija le da su asiento a una joven con su hijo de casi cuatro años en brazos, que semidormido es un peso muerto difícil de cargar de pie en un camión en movimiento, mientras su esposo carga en cada hombro una mochila y trata de controlar con las piernas su maleta con rueditas.

A los cinco minutos ella ya está a tu lado platicando comodamente sentada, con su hijo dormido por completo; la maleta en las piernas de un joven sentado en la fila de atrás y tu hija de pie entre la gente agarrándose con una mano de donde puede y con la otra checando sus mensajes del celular cuando en cada comunidad logra tener señal.

Platicas del ambiente en las últimas ferias de los pueblos cercanos, la corrida, como estuvo el tiempo en Río Lagartos, lo que nos espera a todos al regresar a la jornada del día siguiente, con el inicio de la semana... y en ese momento tu hija dice de manera espontánea "tengo antojo de una torta", resultado de que la dieta del viaje ha sido agua embotellada, sabritas y palanquetas de pepita que una amable mestiza vende en su cubeta aprovechando que viaja en el mismo autobús.

"Tengo unos tacos de cochinita en una de mis mochilas. ¿Los quieres?", es la respuesta inmediata a su antojo de parte de mi compañera de asiento, con un hijo que se la pasó durmiendo todo el viaje.

"Pero ya deben estar fríos, mujer, cómo se los vas a dar a esta niña", contesta asombrado su marido.

"Los empacó muy bien mi mamá, deben estar tibios todavía", contesta ella ofendida.

Mi hija toda apenada da las gracias y les dice que ya mero llegamos a Mérida y cenará con su abuelita, y agradece enormemente el detalle. Y dentro de mi pienso que esos tacos seguro serían la cena de esa joven familia de tres integrantes, que baja con todas sus mochilas y haciendo maromas en uno de los puentes del Anillo Periférico y antes de entrar a la ciudad.

Un bebé de meses comienza a llorar, seguramente cansado de estar de manera incómoda en los brazos de su veintañero padre que viajó todo el tiempo de pie y es cargado por una señora que está sentada a un lado de él, lo que al bebé no le parece confiable y el llanto sube de tono, lo que se soluciona rápidamente cuando alguien le da su lugar a la mamá del chiquillo para que se siente y lo abrace, para que automáticamente desaparezca la incomodidad del infante.

Ninguno de los que platicamos e intercambiamos lugares u ofrecimos nuestras piernas para sostener bolsas dijimos cuáles eran nuestros nombres, o en que trabajábamos, o si teníamos Facebook... pero al bajar nos deseábamos un rico descanso y que nos fuera bien.

¿La experiencia en Río Lagartos? Esa es una historia que merece, por mucho, un capítulo aparte.

Mientras tanto, sólo les deseo un feliz viaje EN SEGUNDA CLASE.

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