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Mes y medio... ¡y sobreviviendo!

  • Renata Marrufo M.
  • 5 jun 2019
  • 3 Min. de lectura

Sabía que ese momento llegaría, más cuando se casó tu hermano y vi tu mirada llena de romance, ilusión y a la vez decisión de que también estabas lista para dar ese paso de madurez como lo hizo tu gemelo.

Me decían que una madre no siente lo mismo cuando se casa un hijo que una hija.

¡Por supuesto que no! Con ambos mi corazón latió al mil al verlos realizar uno de sus tantos sueños y proyectos.

Con tu hermano lloré cada instante mágico por ser el primero y estar cerca en esos momentos íntimos y contigo, bueno, las lágrimas de amor fueron a raudales pues ambas somos excesivamente emotivas.

Contigo, mi princesa huracán, el golpe de amor no fue únicamente semanas y días previos al gran día viendo como te desvelabas para dejar los detalles como tú querías que quedaran, sorteando a tu lado los inconvenientes que trae un evento social como lo es una boda y gozar al máximo cada minuto de tu enlace civil y religioso, sino hacerme a la fuerte cada nuevo día después de que dejaras el hogar.

Recordar como caminaste por la alfombra roja en medio de un jardín de la mano de tu papá y ya desde ese momento verte los ojos húmedos pero con una gran sonrisa me da valor cada mañana para despertar y no tener que conectar la cafetera eléctrica pues ya no está la adicta a la cafeína bajo mi techo.

Escuchar de nuevo dentro de mi como se te quebraba la voz y tenias que tomar aire para leer tus votos matrimoniales, esas bellas y profundas palabras que escribiste un par de horas antes de la ceremonia y me pediste revisar y corregir, a lo que me negué porque estaban y fueron perfectos, me dan fortaleza para no extrañar esas noches de ir al Oxxo a media noche por chucherías y comida chatarra que nos mantuviese despiertas en nuestras respectivas laptops concentradas en nuestras responsabilidades y que dejábamos por ratos para platicar nuestras mutuas aventuras diarias.

Recordar tu figura bailando al lado de tu ya esposo en la pista iluminada y tu sorpresa al dispararse las luces al fondo al final de la canción me mantiene cuerda porque ahora veo sola las películas románticas que tanto nos gustan, pero ya no tengo con quien llorar las escenas emotivas o reirme como loca ante los momentos absurdos.

Volver a ver tu rostro iluminado y de nueva cuenta lleno de lágrimas mientras tu papá te dedicaba palabras llenas de amor durante el brindis me da fortaleza porque ya no tengo con quien pelear porque en la casa ya no hay ropa tuya tirada por todas partes.

Verte y saberte feliz cada nuevo día al lado de Gerardo me da fortaleza para acostumbrarme a la idea de que ya no tengo a quien reclamar que baje de su auto la media docena de tazas para café que ya no hay en mi cocina, a ver por vigésima vez esa película romántica que tanto nos gusta y que nos hace llorar como magdalenas a pesar de saber el final, a perder media hora buscando las llaves de tu Chevy por que nunca las dejas en el mismo lugar, incluyendo la canasta instalada en el comedor para ese fin, o escuchar tus gritos de loca porque la cucaracha que me exiges matar siempre vuela hacia ti.

Cada nuevo día soy más fuerte y feliz de vivir sola porque si alguna vez flaqueo basta verte a ti y tu hermano ser intensamente felices y tener sueños y proyectos para el presente y futuro que tanto han soñado.

Mientras tanto, aprendo cada nuevo día a platicar con el gato y someterme a sus exigentes horarios de querer salir de la casa a sus rondas nocturnas, a platicar con los perros o simplemente acariciarlos en la terraza mientras leo el libro en turno o ver el siguiente capítulo de mi serie favorita en mi tableta y recordar que soy una persona mega afortunada por tenerles en mi vida por y para siempre.

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