Jacobo me lo recordó
- Renata Marrufo
- 13 jul 2016
- 3 Min. de lectura

Hace unas semanas llegó a mis manos un libro con una portada sencilla: “24 horas con Jacobo Zabludovsky” y la foto del mencionado periodista con sus inseparables lentes cuadrados de la década de los 70.
Luego de leerlo completito, de la primera a la última página, y darle una segunda “repasada” para subrayar con marca texto aquellos pasajes que me hicieron recordar muchas enseñanzas, algunas de ellas dormidas dentro de mi, puedo decir que es un texto que vino a despertar esa añoranza por el viejo periodismo, aquel que ya no es posible palpar a cada minuto en la redacción y que se extingue a la misma velocidad que la era digital lo está haciendo con el papel.
De la mano de los 63 ex colaboradores del noticiero que fue considerado durante 27 años líder de la televisión mexicana y toda América, es posible a través de anécdotas y experiencias revivir la pasión que fue los inicios del periodismo en la televisión en busca de las exclusivas, de estar en el momento en que algún hecho cambiaba la historia de un pueblito, ciudad o país y de cómo los “niños” y “niñas” que recién concluían sus estudios de Comunicación se convertían en periodistas en el día a día y bajo la exigencia de los que dirigían ese programa.

Editado por Diana, bajo la coordinación de Philippe Bac, a quien tuve la oportunidad de entrevistar para publicar en la edición electrónica del Diario, uno es capaz de devorar las líneas escritas con emoción y respeto de periodistas como Rita Gánem, Fernando Schwartz, Ana Cristina Peláez, Valentina Alazraki, María Antonieta Collins, Félix Cortés Camarillo, Heriberto Murrieta, Rubén Mancilla y Alberto Peláez, entre otros muchos.
“Si quieres estar en las grandes ligas actúa como tal, aquí ya no es el kindergarden”, “si no te sudan las manos, no eres profesional”, “esto, aunque parezca rutinario, no lo es. La noticia nos va dando el rumbo”, “prefiero perder la noticia que no esté confirmada, a caer en la especulación” y “un reportero sin suerte no es un buen reportero”, fueron unas cuantas de las muchas enseñanzas que sus ex colaboradores transmiten en este libro y que bien podrían aplicarse al día de hoy si se quiere hacer un periodismo de calidad, de ese que te deja más que satisfecho al final de concluir de escribir tu nota, reportaje o crónica y mucho antes de que sea publicada al día siguiente o, como sucede ahora, sea subida a la nube o redes sociales.
Muchos lo califican de que fué un cabr... o un “vendido” al “sistema”, que en la década de los 70 no se le podía llamar de esta manera si tomamos en cuenta que en el gobierno sólo existía un partido, el PRI, por lo que o estabas de su lado o no existías.
Pero todo lo anterior no puede minimizar algo que es más que evidente y que 63 testimonios lo confirman, sin ocultar sus defectos ni endiosando al personaje: fue una persona preparada, con una mente prodigiosa, un olfato nato para las exclusivas, que luego de entrevistar al comerciante del mercado lo mismo que a Salvador Dalí se convertían en sus amigos por la fuerte personalidad que transmitía y que era un periodista que desde el primer y hasta el último día de su existencia fue un “reportero que se ensució los zapatos”.
Hoy, después de leer las 238 páginas de este libro y darle una segunda vuelta con mi marca texto color amarillo me quedo con estas dos aportaciones de Philippe Bac, quien también fue periodista de Televisa durante 22 años en países como Canadá y Francia: “Mi trabajo no era un trabajo, era una vocación animal inseparable de la vida personal” y “los personajes que entrevisté, o a los que simplemente tuve la suerte de acercarme a unos metros, me persiguen hasta la fecha. Los hice míos, me pertenecen, son producto de la fantasía de que existen gracias a mí”.

Hoy, después de leer dos veces “24 horas con Jacobo Zabludovsky” y entrevistar a Philippe Bac, me quedo con el orgullo de ser parte de una vieja escuela, la mejor, la que me dejaron maestros como don Carlos R. Menéndez Navarrete, Jorge Muñoz Menéndez (q.e.p.d.) y periodistas “veteranos” (por los años en el medio y no por la edad) que prefiero no mencionar para no cometer el pecado de omitir algún nombre pero que muchos sabemos quienes son, a los que todavía es posible leer y que ponen en alto esta profesión que todavía emociona y hace sudar las palmas de las manos minutos antes de tener enfrente a un entrevistado al que has podido robarle una exclusiva.
Por eso, gracias Jacobo, gracias Philippe y gracias a todos los periodistas que aman hasta lo más profundo de su ser esta profesión que es el periodismo y que han pasado por mi vida para enseñarme a amar esta profesión de la que nunca se deja de aprender.
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